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Mi encuentro con Cordoba y el Quindio

MI ENCUENTRO CON CÓRDOBA Y EL QUINDÍO Y EL SUEÑO DE LOS CAMPESINOS A SEGUIR SIENDO CAMPESINOS

Fue un Diciembre de 1967. Terminaba mi bachillerato en Bogotá y mi madre me invitó a visitar a un hermano suyo que era cura en Córdoba. El ambiente del pueblito me parecía tan apacible y cálido como cualquiera de los pueblos que yo había conocido en el Llano de donde soy oriundo, pero sus paisajes y montañas despertaron en mí una gran fascinación. Este pueblo, en eso, era muy distinto de mi llano.

Cuando mi tío cura me preguntó qué pensaba hacer en la vida y constató por mis respuestas cargadas de dudas e imprecisiones, me ofreció cederme su puesto de docente en el colegio y fue así que de la noche a la mañana terminé enseñando religión, español y dirigiendo las actividades deportivas del colegio oficial recién fundado.

El español me caía como anillo al dedo porque en mi bachillerato había ganado premios y menciones por escribir historias bien contadas. Promoví en el colegio la creación de un centro literario como espacio para la práctica de la lectura y escritura. Enseñar religión, si fue un problema grande, porque no tenía ningún interés en repetir como loro los dogmas de la iglesia. Pero lo que sí me apasionó fue la actividad deportiva. Pronto tuvimos equipos de toda clase, pero lo que más interesó a la gente fueron los equipos femeninos de básquet y microfútbol. Eso nunca se había conocido.

Como parte de fascinación por las cordilleras, me enrolé en un grupito de cuatro jóvenes que nos proponíamos explorar el piedemonte cordillerano desde Córdoba hasta Génova. Cargábamos lo que podíamos de sal, panela y avena y en las fincas nos daban leche y queso y con estas raciones andábamos días enteros y parte de la noche. En estas caminatas nos encontrábamos muy frecuentemente con el ejército que nos requisaba, interrogaba y finalmente nos daba consejos que generalmente eran advertencias sobre posibles encuentros con los “chusmeros”: “Recuerden que vienen de un pueblo liberal y se están metiendo en un territorio totalmente conservador, no ven que hasta las cuerdas de alambre están pintadas de azúl?”. Sí, respondíamos nosotros, pero es que nosotros no tenemos ningún interés en los colores ni en la política, la época de la violencia ya pasó. Ya de regreso y en vista de que nada había pasado, es decir que no habíamos encontrado ningún chusmero y que la gente nos atendía con calidez, sin preguntarnos siquiera de dónde veníamos, se nos ocurrió proponer presentar los equipos femeninos en Pijao. La gente del pueblo se volcó un domingo a vernos jugar y quedamos programados para el mes siguiente. A este evento ya no fuimos solos sino que detrás de las chicas y los chicos vinieron madres de familia y muchos

jóvenes. El resultado final fue que volvimos a cruzar la frontera de los colores políticos sin poner en riesgo la vida como sucedía diez años antes.

A mitad de año sucedió algo que hizo cambiar mi vida para siempre. Llegó al pueblo un cura que se identificó como integrante de la “Comisión de la Verdad” encabezada por Monseñor Guzmán, la cual tenía la responsabilidad de explicarle al País lo que había pasado con la “violencia en Colombia” que había dejado 300 mil muertos. Quería que los jóvenes del pueblo supiéramos esta historia, que averiguáramos algunos datos de lo que había pasado en Córdoba y que asumiéramos alguna actitud frente a lo que había pasado. Vine a Córdoba, nos dijo el cura, porque este pueblo está catalogado como uno de los más violentos del País. Se fue y cuando regresó a los 2 meses, yo había hecho conciencia y había participado en la recolección de datos de lo que había pasado en recién creado municipio de córdoba. Recogimos datos de las carnicerías que habían hecho Chispas, Sangre Negra, Veneno y otros peligrosos delincuentes, algunos de los cuales habían vivido en Córdoba y hasta llegaron a tener familia aquí. Pero lo que más impresionó fue la “acción pacificadora de mi teniente Matallana”1. Mi teniente, como se conoció en la región, ordenó un encierro en el parque de todos los hombres y jóvenes sospechosos de haber participado con los chusmeros en las carnicerías a la población civil. Contaron los testigos que fueron muchos los hombres, padres y hermanos que estuvieron allí amarados al sol y al agua sin que nadie pudiera socorrerlos siquiera con agua. Después de algunos días los soltaron pero con la advertencia de que era mejor que abandonaran el territorio, porque el próximo encierro era con entierro. No se supo cuántos murieron a consecuencia del encierro, pero sí se sabe es que muchos otros abandonaron sus parcelas y no volvieron nunca. La encuesta que le presentamos al cura daba cuenta que cerca del 70% de los hogares entrevistados había sufrido la pérdida de algún ser querido, principalmente hombres. El trabajo que habíamos realizado me pareció tan valioso que cuando el cura me confesó que más que cura era un sociólogo, tomé la decisión de estudiar esta carrera y dedicarme a algo de lo que el cura me enseñó a hacer en esta visita.

Pasaron algo más de 20 años y un día cualquiera estando en Caicedonia, organizando el Centro Regional de la Universidad del Valle para la cual trabajaba, me invitaron a conocer el Centro de la guadua. Al reconocer que estaba en Córdoba, subí al pueblo, busqué a los conocidos pero tan solo encontré a dos personas que habían sido mis estudiantes. Seguí volviendo, compramos una propiedad y luego durante más de 15 años nos tocó hacer parte de otra historia de violencia, esta vez “la violencia guerrillera” que contaremos en otro Blog. Hoy, en plenos avatares por la firma de la paz, puedo decir que quiero pasar mis últimos años en un territorio que volvió a ser libre de violencias como el que yo conocí en 1968. Una crónica de El Tiempo de los primeros días de Diciembre de 2012 anunciaba que Córdoba era uno de los municipios más seguros y tranquilos del País. La policía me contaba que por estos días no había nada que hacer en cuestiones de orden público. Las conversaciones con la gente expresan un entusiasmo casi mágico. Le apuestan a un futuro promisorio, en el que se reconoce a los campesinos como depositarios ancestrales de una sabiduría sobre su territorio y el derecho sagrado a ser los protagonistas principales en la producción de los alimentos para conservar y recrear la vida.

1 Este controvertido personaje luego sería reconocido en el País como el General Matallana, que participó en numerosas acciones militares de “sangre y fuego”. Pero también fue el que como director del DAS tuvo el coraje de expulsar del País al “Instituto Lingüístico de Verano”, con un pasado perverso de agresiones a la cultura de nuestros pueblos ancestrales.